Victoria Villarruel es una versión pulida de Cecilia Pando. No mucho más que eso. Además, es la compañera de fórmula de Javier Milei. Por tradición familiar, por decisión política, oscila en lo que muy bien podría calificarse la derecha. Una derecha política que a veces disimula su simpatía por la última dictadura militar. A veces, no siempre.

Villarruel es de derecha, no lo disimula. Y se me ocurre que en su intimidad está orgullosa de serlo. Otras observaciones son precisas para que me entiendan. Ser de derecha, no es sinónimo de criminal, genocida, incluso explotador. La "derecha" es una tradición política legítima de la modernidad. Además de una tradición, es una presencia histórica y un campo teórico.

Villarruel convocó un acto de solidaridad con las víctimas del terrorismo. Aclaremos. En términos reales, alude a las víctimas del terrorismo promovido por las organizaciones armadas populistas y de izquierda durante la gestión peronista iniciada en 1973. Está en su derecho a hacerlo. Salvo que alguien crea que está prohibido solidarizarse con los familiares de Rucci, Viola, Sánchez, Larrabure. No solo está permitido, sino que además es justo hacerlo. Por lo menos para mí lo es. Los militares fueron juzgados y condenados por asaltar el Estado de derecho y promover el terrorismo de Estado. Esta crítica no justifica ni consiente a la estrategia de organizaciones armadas que proponían por esa vía la patria socialista. No es tan difícil entenderlo. La mayoría de los operativos de Montoneros y el ERP se perpetraron durante un régimen democrático. No fue una democracia maravillosa, pero fue la democracia posible luego del retorno de Perón, que nunca creyó demasiado en la democracia. A favor de la guerrilla, hay que decir que esta metodología y estos objetivos nunca los ocultaron. Los proclamaron por escrito y a viva voz. La democracia para ellos era una variable de la explotación burguesa o gorila. El objetivo era el socialismo y la dictadura obrera y popular. La democracia era en el mejor de los casos un respiro para lanzarse al asalto del poder. Esto no lo digo yo, lo dicen sus textos, sus proclamas, sus tratados teóricos y su propia subjetividad. La inmensa mayoría de los argentinos no compartían estos objetivos, ni estas metas, ni estas consideraciones teóricas. No les importaba. A las autoproclamadas vanguardias lo que piensa el rebaño nunca les importa.

Los militares que llegaron al poder en 1976 tenían oficio golpista. Era lo que les gustaba y lo que mejor sabían hacer. Desde 1930 sus camaradas de armas los prepararon para eso. Y desde 1960 reforzaron esa instrucción con los cursos en West Point o Panamá. Incluso, se dieron el lujo de crear una teoría que justificara sus acciones. Doctrina de seguridad nacional, se llamó a la carta abierta para que los militares asalten el poder en nombre de los valores del mundo occidental y cristiano. Así fue la cosa. Dos demonios. Se me ocurre que esa metáfora de Alfonsín pudo haber sido necesaria en 1983, cuando para la causa democrática representaba una conquista política oficializar que la represión de la dictadura fue demoníaca, aunque desde una perspectiva histórica, los crímenes de la guerrilla no autorizaban los crímenes cometidos en nombre del estado por parte de bandas de forajidos encapuchados dedicados a torturar, violar mujeres, robar bebés o quedarse con las propiedades de los subversivos, o de sus supuestos cómplices. Los militares y los amigos de los militares aseguran que no había otro camino para terminar con la subversión. No lo creo y no es cierto. Para 1975 la compañera Isabel les había dado todos los instrumentos y licencias para que se dieran el gusto. El golpe de Estado fue un "regalito" que nos dieron, porque además de terminar con la guerrilla, los muchachos se hacían ilusiones de emprender patriadas más trascendentes. Por lo menos, eso fue lo que dijo el general Díaz Bessone.

Repasemos. En primer lugar, los militares desde 1930 declararon ser la reserva moral de la nación, sin otra justificación que su propia prepotencia de poder. Contaron con la complicidad de empresarios, políticos y sectores de la opinión pública. Pero, además, forjaron una ideología acorde con la profecía que en su momento lanzó Leopoldo Lugones: la hora de la espada. La sociedad deseable es aquella que se parece a un cuartel, una sociedad con jerarquías rígidas, donde queda claro quién manda y quién obedece. En 1960, cuando Santucho y Firmenich andaban con pantalones cortos, militares como Osiris Villegas o Toranzo Montero, entre otros, amenazaban con baños de sangre. Su diagnóstico era tan simple como estremecedor: la sociedad estaba enferma y la única solución la brindaba una operación quirúrgica en la que necesariamente correría mucha sangre. Con otros objetivos y otra retórica, las organizaciones armadas compartían el diagnóstico de una sociedad enferma. Los "sanadores" por supuesto, serían ellos, los jóvenes idealistas. Conclusión: militares entorchados y guerrilleros trasnochados declararon la guerra. Y se prepararon para eso y actuaron en consecuencia. Lo más interesante es que la mayoría de la sociedad no solo no fue consultada sobre tremenda decisión, sino que, además, no le quedó otra alternativa que soportar las balaceras entre los que se declararon la guerra.

El terrorismo de Estado fue condenado durante el gobierno de Alfonsín. Los militares y los jefes de la guerrilla. Después vino Menem y los indultó a todos. Luego, la otra versión del peronismo, muchos de los cuales en su momento militaron a favor de la amnistía y el indulto, consideró que era un buen negocio político apropiarse de los atuendos de los derechos humanos devenidos en esos años en una causa exclusiva de la izquierda militarista y sus vástagos. Derechos humanos para Firmenich y Santucho, pero ni una palabra sobre los derechos humanos de Viola, Rucci o Larrabure. Pues bien, así como la causa de la izquierda produjo una Hebe de Bonafini o una Estela de Carlotto, la causa de la derecha militar produjo una Cecilia Pando o una Victoria Villarruel. Unos asesinaron en nombre de la seguridad nacional; otros, asesinaron en nombre de la patria socialista. Unos lo hicieron valiéndose de las estructuras del estado; los otros lo hicieron desde sus organizaciones, en algunos casos respaldadas por estados socialistas como Cuba. Hay diferencia, claro está, entre unos y otros, pero también hay coincidencias trágicas. En todos los casos, lo que es similar es el dolor, la angustia, la herida incurable de los familiares de los muertos asesinados en nombre de una causa u otra y a los que poco los conforma que le digan que la bala que mató a su hijo provenía de un fusil estatal o el fusil de un guerrillero.

Insisto en que Victoria Villarruel tiene derecho a realizar un acto reclamando lo que reclama desde hace años. A continuación pregunto si es oportuno o discreto que la candidata a vicepresidente de una fórmula con posibilidades de ser gobierno intente movilizar a la sociedad en nombre de hechos ocurridos hace medio siglo. Por lo pronto, la puesta en escena permitió observar que Villarruel tiene las uñas filosas y está dispuesta a usarlas, olvidando que si es electa vicepresidente, deberá serlo de todos los argentinos y no de una facción. En nombre de los derechos humanos de la izquierda autoritaria se intentó impedir por la fuerza que la gente asista al acto, además del episodio siniestro de empapar con nafta a una conocida dirigente de la causa de Milei. Por su parte, la señora Villarruel se dio el lujo de calificar con los peores términos a Estela de Carlotto y a su hija, acto innecesario, provocativo y, en algún punto, impiadoso. Fiel a su estilo, Carlotto no se privó de nada, incluso de calificarla de "bestia". Y todo este sainete, a menos de dos meses de las elecciones y en un país cuyos dramáticos problemas actuales no son los que nos agobiaban hace medio siglo.

Por Rogelio Alaniz

Publicado en El Litoral (www.ellitoral.com )