El restaurante de Pichincha y Provincias Unidas, en San Justo, donde fue asesinado el doctor Arturo Mor Roig. Luego del hecho, el comercio fue cerrado.

Arturo Mor Roig, que había sido ministro del Interior del gobierno de Lanusse, fue asesinado por los Montoneros el 15 de julio de 1974 en un restaurante de San Justo, dos semanas después de la muerte de Juan Domingo Perón

Habían pasado quince días de la muerte del presidente Juan Domingo Perón. Mientras su sucesora y heredera, Isabel Perón, no terminaba de acomodarse en la Casa Rosada, la organización Montoneros planeó un golpe estratégico. El blanco elegido fue el dirigente radical Arturo Mor Roig, retirado ya de la actividad partidaria, que había sido ministro del Interior del presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse y piloto de tormentas del Gran Acuerdo Nacional, con el que el gobernante militar había diseñado la salida electoral del golpe de la Revolución Argentina, que había derrocado a Arturo Illia y que ya se había consumido a los dictadores Juan Carlos Onganía y Roberto Marcelo Levingston.

Mor Roig fue el arquitecto de la salida institucional planificada por el gobierno de Lanusse para reinstalar la actividad de los partidos políticos. Con enorme capacidad de diálogo, se fijó el desafío de promover la concordia y encarrilar el país, en tiempos de violentos enfrentamientos. Contribuyó a crear las condiciones que facilitaron el retorno de Perón, aunque aún se le impedía ser candidato a presidente.

Los Montoneros eligieron como blanco al dirigente radical, que había trabajado al lado de Ricardo Balbín y había presidido la Cámara de Diputados durante la presidencia de Illia, para dar una señal. Lo ejecutaron el 15 de julio de 1974, mientras Mor Roig almorzaba en un restaurante de San Justo, para transmitir una amenaza al naciente gobierno de Isabel: muerto Perón, no eran momentos para buscar caminos de reconciliación y acuerdos. El mensaje de los Montoneros era que la organización armada peronista “debía ser tenida en cuenta en futuras negociaciones”.

Apenas dos meses y medio antes, Perón los había echado de la Plaza de Mayo –el 1 de mayo de 1974-, al llamarlos desde el balcón “inberbes y estúpidos”.

Arturo J. Mor Roig había nacido en Lérida, España, el 14 de diciembre de 1914, el año del estallido de la Primera Guerra Mundial. Al emigrar a la Argentina, sus padres se radicaron en San Pedro. Se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires, hizo un doctorado en Ciencia Política en la Universidad Católica Argentina (UCA) y se afincó en San Nicolás, donde comenzó su militancia en la Unión Cívica Radical. Acompañó a Moisés Lebenshon en la Convención Constituyente de 1949, impulsada por el primer gobierno peronista. Quienes lo conocieron afirman que del recordado dirigente radical tomó la conducta de la austeridad.

Al lado de Illia y Balbín

Concejal en San Nicolás y senador provincial, al dividirse el partido, en 1957, militó junto a Balbín en la Unión Cívica Radical del Pueblo. Elegido diputado nacional, fue un tenaz defensor de la presidencia de Illia.

Al frente de la Cámara de Diputados “armonizaban tendencias con una sonrisa y aplacaba rebeliones con un apretón de manos”, según el testimonio de su hija Ana, en una carta de lectores publicada en LA NACION al cumplirse diez años del crimen, con la democracia ya recuperada en plenitud, durante el gobierno de Raúl Alfonsín.

Tras un fuerte debate interno con sus correligionarios, Mor Roig aceptó en 1971 el ofrecimiento del general Lanusse para hacerse cargo del Ministerio del Interior, con la misión de llevar adelante una salida electoral, que se cristalizó en marzo de 1973, luego de derogar la ley 18.795 y reinsertar a los partidos políticos en la legalidad. Fue el arquitecto del Gran Acuerdo Nacional, inspirado en una iniciativa de La Hora del Pueblo, la confluencia de varios partidos que ya en 1970 reclamaban la recuperación de la democracia.

Con el retorno de la vigencia constitucional, Mor Roig se retiró de la vida política activa, escribía artículos en el diario El Día, de La Plata, y había vuelto a su actividad como abogado. Radicado en la ciudad de Buenos Aires con su esposa, en un departamento de la calle Arenales, en 1974 trabajaba en el asesoramiento legal de una fábrica en San Justo.

Por ese motivo, el abogado y dirigente político radical se encontraba ese mediodía fatal en el restaurante “Rincón de Italia”, ubicado en la esquina de la avenida Provincias Unidas y Pichincha, de San Justo. El local tenía unas 50 mesas, con ventanales que daban sobre las dos calles, a cinco cuadras del establecimiento fabril al que asesoraba. Justamente, lo acompañaban en ese momento un directivo de la empresa y otra persona que según algunas crónicas era un custodio.

En forma imprevista, un comando de seis guerrilleros de Montoneros acribilló a balazo0s a Mor Roig. Dos de ellos se habían ubicado en una mesa cercana y, cuando llegaron sus compañeros en un vehículo, le dispararon una ráfaga de tiros. Mor Roig tenía 59 años.

Las características del operativo, especialmente por la gran cantidad de disparos, tenía una similitud con el asesinato del líder sindical José Ignacio Rucci, ocurrido diez meses antes. La víctima representaba un símbolo y el crimen tenía otros destinatarios, más allá del blanco elegido.

Al igual que con el secuestro y posterior desaparición de su secretario de prensa Edgardo Sajón, ocurrido en abril de 1977 y atribuido a la represión ilegal de la Armada durante la última dictadura militar, Lanusse consideró el asesinato de Mor Roig como un atentado contra su propia persona.

El propio Lanusse estaba convencido de que “la prédica del Gran Acuerdo Nacional implicaba reconocer la existencia de Perón y tratar con él, en caso de ser posible”. Así lo expresaba el propio militar en su libro Confesiones de un General. Allí define a su ministro Mor Roig como un “político puro y culto” y sostiene que la enmienda constitucional que emprendió en 1972, para determinar las reglas electorales que regirían en el proceso de apertura institucional y que incluía la novedad del ballotage, eran, a sabiendas, transitoria y fue llevada adelante por “honorables y sabias personas”. Y admite en ese libro que pudo haber cometido errores y que no supo “acercar a Perón a una política de reconciliación”.

Mariano De Vedia

Publicado en La Nación