Las alianzas y las bases militares que tiene Estados Unidos en Japón, Corea del Sur y Australia, son el sustento de esta política. Se reunió el Grupo QUAD, integrado por Estados Unidos, India, Japón y Australia -que es un foro de cooperación, no una alianza militar-, para afianzar la paz en la región. Se ratificó la vigencia de la alianza AUKUS, integrada por Estados Unidos, el Reino Unido y Australia, enfocada al Indopacífico. El Presidente Biden visitó Tokio y Seúl. Fue renovada la garantía de seguridad a Taiwán por parte de Washington y sus aliados en el Pacífico y el Índico. Ahora, la reunión virtual que mantuvieron el 28 de julio los Presidentes Biden y Xi, y la visita que el 2 de agosto realizó a Taiwán Nancy Pelosi, Presidenta de la Cámara de Representante de los Estados Unidos, marcan un peligroso punto de inflexión en la relación bilateral entre las dos potencias.

Todos estos hechos implican una escalada de la tensión en torno al conflicto estratégico más relevante en el Indopacífico en el corto plazo: el de China y Taiwán. Aunque es diferente, sí hay algunas semejanzas con el conflicto de Ucrania. Moscú sostiene su pretensión de soberanía sobre Ucrania con argumentos históricos, y algo similar sucede con China sobre Taiwán. El adversario de China a nivel global, que es Estados Unidos, desde el liderazgo de la OTAN apoya militarmente tanto a Ucrania como a Taiwán y toman medidas militares en su apoyo respectivamente. Los medios periodísticos y los think-tanks occidentales, y en particular los anglosajones, han comenzado a difundir análisis sobre la eventual guerra de Taiwán. En su mayoría, argumentan que China sería derrotada si intenta tomar posesión de la isla por medios militares. Afirman que no tiene suficiente capacidad de desembarco ni de fuerzas aerotransportadas para realizar una operación de asalto y tomar las principales ciudades. Agregan que con los pocos portaaviones que tiene en servicio China, su capacidad aérea para mantener una guerra oceánica es muy limitada. La cantidad de portaaviones de Estados Unidos hoy es cuarto veces la de China; su gasto militar es cuatro veces el chino. La conclusión es casi ineludible: China perdería la guerra. 

Pero toda esta argumentación es discutible e incluso rebatible: sería vivir ya en una guerra global con una alianza militar de hecho que se gestaría entre Moscú y Beijing, al tener de hecho el mismo enemigo. La simple observación de los ejercicios militares realizados por China en torno a Taiwán -los más importantes de su historia-, parecen indicar lo contrario. No está en el escenario de Beijing en el corto plazo una invasión clásica a Taiwán, sino, por el contrario, el escenario sería un bloqueo aeronaval a la isla. En este caso la cuestión sería si Estados Unidos interviene militarmente para quebrar dicho bloqueo. Es decir, la agresión militar pasaría a estar en manos de Estados Unidos. Cuando en febrero, antes de la invasión a Ucrania, Putin visitó Beijing, Rusia y China firmaron una declaración conjunta en la cual sostenían la necesidad de “impedir la expansión de la OTAN”. El interés ruso en ello es obvio y explícito, además de ser consecuencia de la geografía. Pero China ha vivido durante las últimas dos décadas la presencia militar de la OTAN en sus propias fronteras. Es que la operación militar más importante por su duración, cantidad de efectivos y los sistemas de armas empleados, ha sido la de la OTAN en Afganistán -país que tiene frontera terrestre con China-, que se prolongó durante 20 años, hasta 2021. Para esta operación se establecieron bases militares en diversos países, especialmente en Asia Central. 

La situación se hace más compleja durante agosto: Taiwán responde realizando ejercicios militares para responder a los de China y ésta, a su vez, los inicia sin plazo. El gobierno estadounidense dispone concentrar recursos y personal de su Administración, sacándolos de la prioridad puesta a la lucha antiterrorista, para llevarlos a la competencia con China por la hegemonía global. Esto sucede cuando gran parte del tráfico comercial global pasa por el Estrecho de Taiwán, que lo separa de China y hoy es epicentro de los ejercicios militares, transformados en instrumento de presión diplomática. A su vez, esta situación se da con un país como Taiwán, que produce la mitad de los semiconductores del mundo, insumo clave para la industria electrónica. Cabe señalar que China, como sanción, ha suspendido sus importaciones de Taiwán de frutas, jugos y galletitas. Pero su mayor contribución al comercio bilateral con la isla es la importación de semiconductores por valor de 108.000 millones de dólares, y en este tema Beijing no altera la relación por su propio interés. No es claro hasta dónde ven con tranquilidad los aliados de Occidente en la región, y en particular Japón y Corea del Sur, la evolución del conflicto entre Estados Unidos y China mediante Taiwán. Es que un conflicto militar en torno a Taiwán puede producir consecuencias económicas en Asia aún mayores que las registradas en Europa por la guerra de Ucrania. En mayo de este año, en el Foro de Davos -la cumbre anual de la élite globalizada-, Henry Kissinger, a sus 98 años y en forma presencial, expuso su visión sobre el conflicto de Ucrania. Una de sus tres conclusiones centrales fue “evitar el error de empujar a Rusia a una alianza militar con China”. Hoy la situación ha ido mucho más allá de lo que quería evitar Kissinger. Se está desafiando militarmente a China y esto, de hecho, la impulsa a una alianza militar con Rusia. 

En conclusión: la OTAN libra una guerra con Rusia a través de Ucrania, cuya duración y alcance son inciertos; al mismo tiempo, se incrementa a niveles sin precedentes la tensión militar entre Washington y Beijing en torno al conflicto de Taiwán; un conflicto militar entre Estados Unidos y China a través de Taiwán mundializaría el que tiene lugar a través de Ucrania en el continente europeo; por último, en la primera quincena de agosto, tras el encuentro virtual Biden-Xi del 28 de julio y la visita de Pelosi a Taiwán del 2 de agosto, la tensión continúa con sucesivos ejercicios militares antagónicos.