Por Daniel Santa Cruz publicado por www.lanacion.com.ar

“Argentina no discutirá internamente sus posiciones en el marco de una política exterior, simplemente se hará lo que Trump decida”, afirmó un diplomático de carrera a punto de retirarse, sorprendido por tanta “pleitesía y adulación, jamás vista”, según señaló luego de recordar que votar en contra del documento del G20 en Sudáfrica, sin siquiera discutirlo, no registraba antecedentes.

Este alineamiento con Donald Trump es el más incondicional que recuerda la diplomacia local, incluso superando a las recordadas “relaciones carnales” del menemismo. Es tan fuerte que hasta le sirvió al gobierno para recibir ayuda económica de Estados Unidos condicionada a un triunfo electoral que finalmente logró, a pesar de la extorsión discursiva del propio Trump al votante argentino: “si no gana Milei agarramos todo y nos vamos, no habrá ayuda para Argentina”, reforzó el presidente de EE.UU., dejando en claro que el “acuerdo” más que Estados Unidos-Argentina era Trump-Milei, con todas las condicionalidades que acarrea personalizar un trato diplomático de esa naturaleza. No hay secretos ni otras interpretaciones que no correspondan a un alineamiento total.

Con el anuncio de mudar la embajada argentina en Israel de Tel Aviv a Jerusalén se sumó esta semana otro capítulo a esta nueva era de relaciones extremas entre dos presidentes que sienten un apego ideológico enmarcado en lo que se conoce como la “ultraderecha” en el mundo actual, una definición a la que ellos mismos no escapan y aceptan con convicción. Fusionados por sus doctrinas ultraconservadoras más que por ideas económicas, conviven así el liberalismo a ultranza de Milei con el proteccionismo intervencionista de Trump, pero se unen a la hora de criticar al mundo woke y a cualquier figura progresista, visualizando “fantasmas comunistas” donde no queda ni el recuerdo de ellos. Esto es algo que debemos tener en cuenta a la hora de analizar todas las decisiones diplomáticas del gobierno libertario.

Y aquí comienza a sobresalir el tema que por excelencia es un pilar de la política exterior argentina: el reclamo de la soberanía de las Islas Malvinas. Milei siempre se proclamó como un “malvinero” que iba a pelear por su recuperación, aunque nunca se le conoció un plan concreto. Recordamos cuando dijo, en abril de 2024: “Lo del otro día fue el acto de soberanía más grande de los últimos 40 años. Porque al ser una base militar en Ushuaia, nos avala el reclamo sobre la Antártida. Y te hago una pregunta. ¿Ushuaia es la capital de qué? Tierra del Fuego. ¿Y qué más? Islas Malvinas, Georgias, Sándwich y todo el espectro marítimo. Es el primer paso para empezar a pensar la recuperación de Malvinas. Dale, que la saquen del ángulo”, dijo el presidente Javier Milei el año pasado en una entrevista con el colega Alejando Fantino, que repreguntó sobre cómo se buscará la recuperación de Malvinas, a lo que Milei contestó vagamente: “Obvio. Pero por la vía diplomática. Obvio que pienso en recuperarlas, pero es un proceso de largo plazo”. De todos modos, Milei, fiel a su estilo, dejó aquella metáfora futbolera y ganadora dando vueltas en el aire, indicando que acababa de meter un golazo a la realidad y que está un paso más allá del resto de la política que lo antecedió. ¿En qué basaba su optimismo el Presidente? En que días atrás acababa de participar de un acto en Ushuaia, junto a la general del Ejército de los Estados Unidos Laura Richardson, jefa del Comando Sur. Allí ratificó su alineación con Occidente y con los Estados Unidos, incluso en temas relacionados con el área de Defensa, y habló de una “nueva doctrina en política exterior”. Todo eso se cumplió, y está a la vista en el alineamiento con Trump, pero ahora hay más dudas sobre si realmente este posicionamiento nos acerca o nos aleja de Malvinas.

Tengamos en cuenta que Estados Unidos aún se mantiene “neutral” en el reclamo soberano entre el Reino Unido y la Argentina. De hecho, es algo que ratificó el embajador Peter Lamelas cuando presentó sus credenciales en nuestro país, una neutralidad que no fue tal durante la guerra, cuando Estados Unidos jugó abiertamente en favor de Gran Bretaña, incluso sin entregar armamento que la Argentina había pagado. Pero eso ya es historia. El asunto es que trasladar la embajada Argentina en Israel a Jerusalén, un territorio en disputa desde 1967 según la ONU, nos saldrá caro diplomáticamente, porque los países árabes y otros no alineados que siempre votaron con la Argentina frente al reclamo de soberanía del archipiélago del Atlántico Sur dejarían de hacerlo porque Milei toma posición por Trump, que no tiene los costos que sí tendremos nosotros, y reconoce a Israel la soberanía del territorio occidental considerado en disputa entre Palestina e Israel. Es una jugada que le otorgará a la Argentina un mayor favoritismo de parte de Trump, pero provocará el enojo de los países que no someten su voluntad a los EE.UU., entre ellos no solos los árabes, sino también los de Europa Occidental.

Este año, el 2 de abril, en el acto que recordaba los 43 años de la guerra, Milei se convirtió en el primer presidente argentino que reconoció el derecho a la autodeterminación de los isleños. “Si de soberanía sobre las Malvinas se trata, nosotros dejamos en claro que el voto más importante de todos es el que se hace por los pies y anhelamos que los malvinenses decidan algún día votarnos con los pies a nosotros”, afirmó. Esas palabras pudieron formar parte de una estrategia de acercamiento y seducción a los isleños que corresponde a un pedido de los Estados Unidos, porque al sostener esto Milei desobedece la Constitución Nacional que, en la Disposición Transitoria Primera en su reforma de 1994, establece el deber irrenunciable de trabajar por la soberanía de las islas. Si hay algo que está claro es que la intención del gobierno es ir por el mundo de la mano de Trump, que en el mejor de los casos es algo que nos podría llevar, en principio, a lograr que el Reino Unido acepte hablar de soberanía. Algo poco probable, por no decir que no existe ninguna chance de que esto ocurra. Pero todo este entuerto lo resuelve Washington, solo hay que esperar que desde allí muevan las piezas para saber qué haremos en el próximo foro internacional y si participaremos activamente del mismo o nos “solidarizamos” nuevamente con Trump y lo boicoteamos. De ser así, nada de esto es bueno para un reclamo diplomático sobre soberanía de las islas. El mundo globalizado es mucho más que Estados Unidos y China.

Esta semana comenzaron a correr versiones que vienen del mundo diplomático que no acuerda con el gobierno que señalan que la intención de Milei y de Trump es lograr colocar la base militar de EE.UU. en Malvinas y no en Ushuaia con la integración de Argentina en la vida institucional de las islas. Un sueño que hoy se torna imposible por el rechazo de los isleños a nuestra intervención y porque el Reino Unido jamás los abandonaría a su suerte. Sin embargo, algo puede haber detrás de la intención de Estados Unidos de militarizar el canal bioceánico con el apoyo de la Argentina y de Chile, si es electo presidente el ultraconservador José Antonio Kast, el preferido de Trump. Esa parece ser la verdadera apuesta de Trump, lo que no está claro es si es la nuestra.

Pero nuestro país no tiene realmente chances concretas, en el corto y mediano plazo, para ser optimista en la recuperación de las Malvinas. Sería algo imposible en el presente por varias razones, y sería iluso pensar que los Estados Unidos vaya a abandonar una alianza histórica, de hermandad y colaboración, con el Reino Unido, que tuvo puntos de conexión muy profundos en la Gran Guerra y en la Segunda Guerra Mundial, solo porque el actual gobierno argentino decida afianzar su alianza bilateral con los EE.UU. Ya lo comprobó el general Galtieri, que creyó que la labor encarnada por la dictadura de exterminar a las fuerzas marxistas o de izquierda con métodos violatorios de todos los derechos humanos, le iba a abrir un voto de confianza de Washington cuando fuerzas militares argentinas ocuparon las islas en 1982. No fue así, y el propio secretario de Estado norteamericano de aquel momento, Alexander Haig, se lo hizo saber al canciller Nicanor Costa Méndez. La posición de Estados Unidos era tratar de evitar el conflicto, pero mientras iban y venían las charlas con Londres y Buenos Aires, Haig sabía que la Operación Corporate – el envío por mar de la Fuerza de Tareas 317 de la Fuerzas Británicas para reconquistar las islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur- contaba desde un principio con apoyo de cobertura satelital e información militar de los Estados Unidos.

Las consecuencias de la guerra del Atlántico Sur fueron letales para una posible recuperación del archipiélago para la Argentina. La historia reciente no está de nuestro lado y el alineamiento incondicional con Estados Unidos puede traer beneficios comerciales momentáneos, pero ni de cerca trae consigo la posibilidad concreta de reconquistar la soberanía de las Islas Malvinas. Es más, da la impresión que, según los últimos acontecimientos, nos estamos alejando diplomáticamente aun más de conseguirlo. Y ya es hora de dejar jugar con un tema tan sensible.