Carta de lectores publicada por www.lanacion.com.ar

El 19 de agosto de 1975, la Argentina recibió la noticia que conmovió a todo el país: el hallazgo del cuerpo del coronel Argentino del Valle Larrabure, tras 372 días de secuestro en manos del ERP.

Había sido víctima de torturas, encierro extremo y, finalmente, asesinado, en plena democracia, en medio de una ola de violencia que promediaba entre seis y ocho hechos terroristas diarios. De aquella época solo queda la continuación de los procesos sobre los jóvenes oficiales, suboficiales y agentes de inteligencia presos, hoy ancianos víctimas de aquella situación y del sistema, y las órdenes que desde la dirigencia política establecieron como solución y defensa ante ese terrorismo. Podría recordarse solo como una tragedia, pero Larrabure dejó algo más: un mensaje. Desde la oscuridad de un pozo de dos por un metro, sin luz natural, asmático y debilitado, pidió a sus hijos que perdonaran, a su Ejército que mantuviera en alto la bandera y al pueblo argentino –dirigentes y dirigidos– que la sangre inútilmente derramada los moviera a reflexionar y a construir un destino propio, sin copiar modelos ajenos. Cincuenta años después, ese llamado sigue vigente. La Argentina cuenta con talento y capacidades reconocidas en el mundo, pero la falta de unidad y de espíritu de equipo nos condena a la decadencia. Luego de consultar con sus pares, el obispo castrense, monseñor Santiago Olivera, impulsó el proceso de canonización, cuya etapa diocesana se encuentra próximo a concluir para ser presentado en Roma. La Iglesia nos propone a los mártires como faros de fe y ejemplo de vida. Escuchar a Larrabure hoy sería mucho más que un homenaje: sería un compromiso con la reconciliación, el perdón y la construcción de un país que supere, de una vez por todas, las grietas que nos dividen.

José Luis Figueroa

Presidente de la Asociación Amigos del Siervo de Dios Cnel. Argentino del Valle Larrabure