República Argentina: 7:16:02pm

Por Patricia Fernández Mainardi publicado en www.defonline.com.ar

En 1982, los pilotos de la Fuerza Aérea no solo se probaron en combate, sino que también se pusieron la defensa y los ataques aéreos al hombro. A 43 años del bautismo de fuego, tres relatos heroicos revelan las proezas de los A-4B en las Islas Malvinas.

Entre abril y junio de 1982 la Fuerza Aérea Argentina fue más allá de las misiones estipuladas: sus efectivos se atrevieron, como nadie, a enfrentar a un enemigo superior en tecnología y medios, pero no en coraje y talento.

Un grupo de pilotos, los de los aviones A-4B Skyhawk (conocidos como “los halcones”), fue un verdadero dolor de cabeza para los ingleses: muchos buques, hoy bajo las heladas aguas del Atlántico, fueron testigos obligados de la épica guerrera de los militares argentinos.

Para profundizar sobre esas misiones, DEF contactó a los comodoros (retirados), Veteranos de Guerra de Malvinas, y pilotos de A-4B, Antonio “Tony” Zelaya, Daniel Gálvez y Carlos Alfredo Rinke. Sus relatos revelan los pormenores de sus hazañas, ejemplos del heroísmo de los halcones argentinos.

La Fuerza Aérea en Malvinas: un compromiso con los argentinos

Cuando se le pidió a la Fuerza Aérea que, en vez de enfrentar objetivos terrestres (para lo que estaban entrenados según la doctrina de la época), ataquen blancos navales; los pilotos no lo dudaron. Estaban dispuestos a todo y, 43 años después, no cabe duda que lo hicieron con total heroísmo: 55 efectivos de la Fuerza cayeron luchando por nuestra soberanía.

Las hazañas fueron reconocidas hasta por el oponente. “La Fuerza Aérea no estaba equipada ni adiestrada para el combate aeronaval. Pero, éramos muy buenos. Por ejemplo, el 12 de mayo, el alférez Guillermo Alfredo Dellepiane hizo, por primera vez en su vida, un reabastecimiento en vuelo durante una misión de guerra en medio del mar. Ese hombre enchufó la manguera de su avión como si hubiera sido algo natural. Eso te lo da el adiestramiento”, contó, en el encuentro con DEF, el comodoro (retirado) Antonio “Tony” Zelaya, quien, con 32 años, participó de la guerra como piloto de A-4B.

En palabras de Zelaya, a la Guerra lograron llegar con un adiestramiento muy interesante: estaban listos para operar en un ambiente aeronaval y con un enemigo que también les tiraba. Por eso, reveló, le pidieron especificaciones a los radaristas de la Fuerza: tenían que tener información sobre el lóbulo del radar para empezar a volar rasante y, así, evitar ser detectados. “Nuestra defensa más sublime era el volar bajo”, aporta Gálvez.

Aunque, según recuerdan los pilotos, ese tipo de vuelo podía consumir hasta cinco veces más combustible. Por eso, era fundamental contar con reabastecimiento en vuelo (por parte del Hércules KC-130 de la FAA), ya que les daba libertad de acción.

A propósito, el comodoro (retirado) Daniel Gálvez (quien a la Guerra fue con 25 años de edad recién cumplidos), insiste que, para él, la clave del éxito fue el factor humano: “Fuimos parte de una generación que integró la Vta Brigada Aérea de Villa Reynolds (provincia de San Luis). Se trataba de una unidad muy familiar. Eso, inevitablemente, genera una relación de confianza. Esa homogeneidad fue importante”.

La Vta Brigada Aérea de Villa Reynolds en la Guerra de Malvinas

El comodoro Carlos Rinke participó de la guerra con el grado de teniente y 26 años de edad. De hecho, supo de la recuperación de las Islas mientras estaba destinado en la Vta Brigada Aérea y esperaba el nacimiento de su segunda hija. “El ambiente cambió bastante. Fueron días de preparación e investigación sobre la flota inglesa”, recuerda.

Mientras eso ocurría, Zelaya regresaba de un curso en España: “Tenía pasaje para el 3 de abril. Apenas volví, me presenté en el edificio Cóndor (sede de la Fuerza Aérea). Era un lío, personal que corría de arriba a abajo. Enseguida me mandaron a Villa Reynolds”.

Mientras tanto, por esos días, había nacido la segunda hija de Galvez, el 5 de abril. “Yo partí hacia las Islas el 13 de ese mes. Ya llevaba un par de años destinado en Villa Reynolds, era el numeral dos de la escuadrilla del Capitán Hugo Palaver”, dice. Y agrega: “Tenía un gran amigo, Juan José Arrrás, que se ofreció a reemplazarme. Le dije que me tocaba ir, pero que le pedía que asista al bautismo de mi hija”.

Finalmente, desde San Luis salieron con rumbo a la Patagonia, pues operarían desde San Julián, en la provincia de Santa Cruz.

“Los mecánicos eran los últimos en saludarnos y darnos una palmada cuando subíamos”

Según recuerda Gálvez, los preparativos para la guerra aeronaval les demandó mucho tiempo: “Tuve que estudiar las características de las fragatas. Yo ni siquiera conocía el mar”.

En ese sentido, detalló que en el mar el piloto pierde la visión de profundidad. “Es como volar en la nieve. Además, hacíamos una hora y media de ida y otra de regreso entre San Julián y las Islas. Realmente era peligroso. Pero debo reconocer que en aquel momento, el maravilloso grupo de Reynolds tenía un adiestramiento de excelencia”, resume el oficial.

En esa línea, y a la hora de explicar las razones del éxito de la Fuerza Aérea en esas nuevas misiones, el comodoro Rinke no duda en responder el factor humano. “Estábamos en inferioridad de condiciones. La Fuerza no contaba con el armamento idóneo para atacar buques, teníamos que atacarlos con bombas que caían por gravedad. Entonces, la única forma era pasándoles por arriba. Además, teníamos elementos de puntería muy rústicos. Fueron los hombres de la Fuerza los que hicieron la diferencia”.

Asimismo, Rinke recupera el papel de otros actores claves en la Guerra: los mecánicos. “Teníamos una relación de gran camaradería. Ellos trabajaban toda la noche para reparar los aviones. Al día siguiente, aeronaves que habían aterrizado con grandes agujeros, estaban en la línea de vuelo. Esos mecánicos también eran los últimos en saludarnos y darnos una palmada cuando subíamos a la cabina. Chequeaban las conexiones y encastres y nos deseaban suerte. Era la despedida”, relata.

1º de mayo, bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina

Hace 43 años, el 1º de mayo de 1982, la Fuerza Aérea se probó en combate en lo que es recordado como su bautismo de fuego.

En aquella jornad, la artillería antiaérea logró derribos importantes, los M-5 Dagger atacaron un destructor británico, la Escuadrilla M-III mantuvo un combate aire-aire con los Sea Harrier y los canberra se enfrentaron al enemigo.

Aquel día, 14 efectivos de la Fuerza cayeron en combate. Gálvez fue uno de los pilotos que salió en defensa de la soberanía: “Fue mi primera misión. Salimos con el capitán Palaver, sin reabastecimiento. El radar nos tomó y nos pidió que descendiéramos a unos 15 mil pies (aproximadamente 5 mil metros). Les avisé que no tenía transferencia de combustible. Así que nos dijeron que esperemos al blanco unos cinco minutos, si no regresábamos.

Finalmente, nos dijeron que tenían nuestro objetivo a 60 millas y a 15 mil pies. Mientras avanzábamos, el radar nos iba cantando cuán cerca íbamos. Palaver les advirtió que veníamos con bombas. Desde el radar pensaban que nosotros íbamos a interceptar aviones Sea Harrier.  Así que ahí nomás nos pidieron eyectar todo y que regresemos de forma urgente porque nos iban a reventar. Aprendimos que a esa supuesta coordinación había que ajustarla”.

Después del 1º de mayo, los ingleses volvieron a atacar el 12 de ese mes. “Regresaron con una fragata y un destructor a bombardear Puerto Argentino. Así que mandaron dos escuadrillas a atacarlos, una era la mía y la otra la del teniente primero Manuel Oscar Bustos”, recuerda el piloto militar, oriundo de la provincia de Tucumán, Antonio “Tony” Zelaya.

“Ese día fue muy duro porque perdimos cuatro pilotos, pero logramos que el destructor HMS “Glasgow” quedara fuera de servicio para toda la guerra”, agrega. También comenta que, en un acto de justicia a aquellos que tuvieron varias salidas y por diversas razones no pudieron cruzarse con los blancos, prefiere solamente recordar su primera salida del 12 de mayo y la última, la del 13 de junio, que protagonizó con otro grupo de valientes tucumanos, el capitán Carlos “Trucha” Varela y el capitán Luis “Tucu” Cervera. El 13 fue memorable: atacaron un puesto comando británico en una maniobra muy similar a la de la película “Top Gun”.

Cuando Carlos Alfredo Rinke debió enfrentarse a los ingleses en la soledad de su cabina de A-4B era apenas un joven piloto militar. Sin embargo, estaba perfectamente adiestrado para hacerle frente al poderío inglés.

El bautismo de fuego lo encontró volando activamente entre la adrenalina y la incertidumbre. Más tarde, cuando el desembarco británico del 21 de mayo sorprendió a las tropas argentinas, con su avión dijo presente en la batalla de San Carlos: los buques enemigos ya estaban en el estrecho, así que tenían blancos de sobra. Y, como si eso no fuera poco, fue parte del ataque aéreo argentino más trascendental para los ingleses, aquel que es recordado como el “día más negro” para la flota británica.

“En la Guerra tuve seis salidas de combate. Salí el primero, en el bautismo de fuego; luego el 21 de mayo, aunque ese día debí regresar por un problema en el traspaso de combustible; y luego tuve acciones el 23 de mayo, el 25 de mayo, el 27 de mayo y el 8 de junio. En esos cuatro días tuve contacto efectivo con el enemigo y en todas las misiones tuvimos algún evento prácticamente que es para destacar, desde pérdida de pilotos, compañeros, hasta hundimiento de buques importantes de la flota británica”, relata el reconocido “numeral de hierro”, apodo que le puso uno de sus superiores, el piloto Pablo Carballo.

Sobre aquello, comenta: “Fue una especie de reconocimiento desmesurado por el hecho de que nos tocaron varias misiones y pudimos cumplirlas juntos. Creo que es para destacar a los numerales, en general, que son quienes acompañan y, si bien no tienen tanta experiencia como los jefes, vuelan y, a veces, también son los que pegan en el blanco”.

Durante el encuentro con DEF; Rinke recuerda un ataque de suma importancia para la Fuerza: “La misión del 25 de mayo tuvo como objetivo atacar dos buques, el destructor HMS “Coventry” y la fragata HMS “Broadsword”. Fue exitosa, pero de alto riesgo porque había que volar a mar abierto, sin reabastecimiento, para hacer un acercamiento, de aproximadamente dos minutos, a los buques. Ese era el tiempo que ellos tenían para derribarnos. Por suerte, existieron unas cuestiones técnicas que impidieron que nos afectarán”.

Ese día, una primera sección, integrada por Carballo y Rinke, atacaron la fragata “Broadsword”. Los daños que le causaron la dejaron fuera de servicio. La sección que venía detrás, se encargó de la “Coventry”, que se hundió en 20 minutos.

Sin embargo, ese día no festejaron: durante la mañana había caído uno de los halcones, el capitán Hugo Palaver, durante una salida de la que también participó Daniel Gálvez. El piloto lo recuerda así: “Ese día la meteorología era espantosa. A Palaver le pegaron abajo del tanque. En la comunicación me dijo que se estaba quedando sin combustible. Arriba de Bahía Elefante me comunicó que estaba en condiciones de eyección, a 5 mil pies. Fue tristísimo”.

En ese momento Galvez también estuvo cerca de la muerte. “Al regresar, no llegaba por falta de combustible. Así que decidí que me iba a eyectar. Pasé las coordenadas al reabastecedor y del otro lado me dijeron “tranquilo changuito que te vamos a buscar”. Sin embargo, no lo veía. Empecé a levantar, decidido a eyectarme. Mientras me decían “changuito seguí hablando”, pues iban haciendo el tracking. Finalmente, los pude ver de frente y me acoplé”.

El día más negro para la flota británica lleva el sello de los halcones

El 8 de junio, los halcones le generaron un desastre al enemigo durante un desembarco en Bahía Agradable. Aquella jornada es recordada como el “día más negro” para la flota inglesa.

Sobre esa misión, en la que también participó Gálvez, Rinke dice: “Pudimos atacar a los buques logísticos “Sir Galahad” y “Sir Tristram”. El resultado: el Galahad hundido y el Tristram dañado y con muchas bajas (pues la tropa aún no había desembarcado). Lamentablemente, y mientras aterrizábamos, otros cuatro aviones A-4 despegaron. Ellos ya habían puesto dos Sea Harrier en alerta, derribaron a tres de los nuestros”.

¿Por quién pelearon “los halcones” en Malvinas?

El 14 de junio se produjo el cese del fuego. “Fue con sensaciones encontradas. Uno quería seguir. Pero ya se hacía difícil volar en esas condiciones. Lamentamos todo el esfuerzo realizado y la pérdida de vidas, no queríamos que eso hubiera sido en vano. Pero, el resultado no fue el esperado. Hubo familias muy apenadas y destrozadas que debieron reconstruirse”, dice Carlos Rinke. Y añade: “Con respecto a la causa, creo que hubo un renacer. Por eso nosotros tratamos de mantener viva la llama. Es importante dar testimonio de lo que hizo nuestro grupo, pues no dejó de ser una buena actuación: nuestros aviones hundieron y averiaron bastantes buques. Eso pone en alto el prestigio de la Fuerza”.

“Tuvimos que ir, y fuimos. Por eso creo que hay que malvinizar, para dar a conocer lo que realmente aconteció”, concluye Zelaya.

A su lado, Galvez agrega: “Yo estaba convencido de que luchaba por mi patria y quería cumplir con el juramento de defenderla hasta, si fuera necesario, perder la vida. Pero, el motor por el que fuimos fueron nuestros camaradas. Sabíamos que estábamos todos en la misma sintonía. Había un temple enorme”.

43 años después del conflicto, Galvez también lamenta lo ocurrido durante la posguerra: “Nosotros nos adiestramos para la guerra, pero quien se debe preparar para lo que viene después es el Estado. Después de 1982, hubo desasosiego por la viuda. Hubo maltrato. Yo no estaba listo para eso y me decepcionó”. En esa línea, el comodoro recuerda un refrán que dice: “A la guerra van, mandados por un grupo de viejos que se conocen y se odian (pero no pelean entre sí), un grupo de jóvenes que no se odian, no se conocen y se pelean entre sí”.

 

 


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