República Argentina: 6:05:06pm

Señor Director: Hubo un tiempo —lejos en el tiempo— en que podíamos creer que la justicia argentina era ciega. Hoy, en cambio, desfila con remera del Che, pancarta de “memoria” y un código penal intervenido con grafitis ideológicos.

El artículo 18 de la Constitución, ese que alguna vez fue límite, hoy sirve para envolver operaciones judiciales que tienen más de vendetta que de derecho. Lo usaron entonces, lo siguen usando ahora. Y lo seguirán usando mientras les sirva o nadie les ponga coto.

Alfonsín lo retorció con modestia para juzgar a las Juntas. Pero el kirchnerismo, que heredó la justicia militante y la convirtió en justicia utilitaria, lo degradó a papel higiénico institucional. Lo usó para limpiar la escena del crimen mientras montaba su espectáculo de juicios de lesa humanidad. La “causa justa” ejecutada con métodos turbios.

EL SHOW NO SE DETUVO: SÓLO SE PULIÓ

Argentina sigue lidiando con las secuelas de una guerra que nadie supo nombrar. Todos sabemos que la guerra es un crimen, sí. Pero la justicia de hoy es una parodia: no busca culpables, busca enemigos del relato. La toga ya no encubre imparcialidad, ahora exhibe militancia con orgullo. Los culpables se eligen por memoria selectiva, obediencia narrativa y utilidad electoral.

El kirchnerismo entendió que los fueros ideológicos que la izquierda otorga, eran el blindaje perfecto para convertir el país en una versión extendida del mafioso feudo santacruceño. ¿La vía rápida? Vengarse simbólicamente de los que humillaron a la patria socialista, esa que soñaba con hacer de Tucumán un Vietnam folklórico. Y para eso, nada mejor que los derechos humanos como estandarte moral. El pacto con Verbitsky —camaleón, montonero, emisario Ford— selló el guion: uno escribía la causa, el otro se llevaba la caja.

Y todo respaldado por una justicia colonizada desde 1983, que hoy perfeccionó el arte de aplicar el derecho según conveniencia. Porque la maquinaria sigue girando, los leones siguen rugiendo y los cuerpos —militares, policías, gendarmes, civiles— siguen cayendo al circo judicial mientras la tribuna aplaude con fervor dogmático.

Los juicios de lesa humanidad ni siquiera son política de Estado. Son una franquicia. Un espectáculo cuidadosamente coreografiado con toga, aplausos y guillotina simbólica. Y en ese escenario, la justicia argentina no cambió de rol: apenas refinó su actuación.

¿JUICIO JUSTO? NO SI LEÉS EL ARTÍCULO 18

El artículo 18 de la Constitución dice, entre otras cosas, que “ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo, fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales...”. Veinticuatro palabras, un principio fundacional, una garantía para evitar la justicia del escarmiento. Pero en Argentina, donde el derecho se dobla según el viento de la facción, esas palabras se convirtieron en poesía olvidada. O peor: en decoración institucional.

INTERVENCIÓN JURIDICA A LA CARTA

Juicios retroactivos: el tiempo dejó de ser un marco legal y pasó a ser una sugerencia. Se reabrieron causas prescriptas como quien vuelve a editar una serie vieja porque sirve para la propaganda. Y si los delitos no existían cuando ocurrieron... no importa. Se inventan figuras penales a medida. ¿Irretroactividad? Esa era una costumbre arcaica. Acá manda la oportunidad política.

Testigos falsos: “sobrevivientes” que reaparecieron con GPS descompuesto, ubicándose en lugares donde jamás estuvieron. Testigos estrella, que circulan de juicio en juicio como elenco estable del drama de Estado, y que recuerdan con precisión cinematográfica hechos que ni la historia registró. ¿Mentían? Claro. ¿Consecuencias? Ninguna. Mentir “del lado correcto” fue rebautizado como “acto de memoria”.

Jueces prevaricadores: muchos eran militantes en su juventud, otros supieron reciclarse en paladines de la justicia transicional, como quien lava sus culpas en spa ideológico. Condenan “en nombre de los pueblos”, aunque los pueblos no votaron ninguna sentencia. Entre toga, subsidios y moral de comité, se consagraron jueces de causas sagradas.

Fiscales vengativos: de fiscales a comisarios políticos sin escalas. No investigan: ejecutan. Llegan al juicio con la condena redactada, la furia militante preparada, y el guion de la reparación. ¿Reparar cómo? Con perpetua, por supuesto. ¿Pruebas? No hace falta. No importa haber llevado uniforme o no, pero siempre, haber combatido a la guerrilla marxista es causa de condena.

¿Y LAS GARANTÍAS? DE VACACIONES

Prisión preventiva eterna —hay condenados que llevan más años presos sin condena firme que muchos criminales comunes con condena fija—. Se invirtió el principio de inocencia, se negaron sistemáticamente domiciliarias a ancianos que ya pelean con la gravedad, y se aplicó la presunción de culpa como dogma. Las garantías solo han quedado para manifestantes con carteles, no para los que combatieron al terrorismo. Y los organismos de derechos humanos, tan veloces para denunciar detenciones arbitrarias, se volvieron selectivamente ciegos ante la barbarie judicial.

Porque todo se consagró con agua bendita militante. “Memoria, Verdad y Justicia”, recitaban. Pero en la práctica era “Amnesia, Mentira y Ajuste”.

EL PRECIO DEL CIRCO

El resultado: muertos sin condena, absueltos con su vida arruinada, procesados por haber sido nombrados en una carta escrita cuarenta años después. Porque acá no importa lo que hiciste, sea lo que sea estás condenado. La justicia argentina es una picadora ideológica, con estética de derechos humanos pero lógica de purga soviética.

Lo peor no ha sido el deterioro judicial, sino el vaciamiento simbólico. Derechos humanos pasó de ser un principio universal a una herramienta de disciplinaria. Ya ni siquiera importan las presuntas víctimas: se usa su memoria para legitimar la venganza.

EPÍLOGO: LA CONSTITUCIÓN COMO FOLLETO

El artículo 18 debería ser un límite infranqueable. Pero hoy es apenas un accesorio decorativo, una hoja para doblar, arrugar, y usar como envoltorio de causas nobles devenidas en franquicia partidaria. En esta justicia, la ley no es principio: es material literario. Se edita, se versiona, se ignora, y si molesta… se hace con ella papel higiénico.

JOSE LUIS MILIA

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