República Argentina: 4:19:31pm

Por Carlos A. Mutto* publicado por www.lanacion.com.ar

Las grandes potencias temen un Pearl Harbor orbital; ceder la supremacía espacial implica el riesgo de perder los conflictos bélicos del futuro en la Tierra

Una vez por año desde 1947, el Bulletin of the Atomic Scientists publica el Doomsday Clock (reloj del Apocalipsis). Esa cuenta regresiva contabiliza el tiempo simbólico que falta para un potencial cataclismo mundial. La última mirada lanzada sobre esa cuenta regresiva, el 25 de enero pasado, mostraba que restaban apenas 89 segundos para la hora de la tragedia final de la humanidad, que podría ser provocada por un conflicto atómico, una cadena descontrolada de desatinos o la “imprevisibilidad” de un líder político emocionalmente inestable. Los expertos que monitorean el Doomsday Clock se inclinan a pensar que la chispa se encenderá en el espacio.

La carrera armamentista que acompaña la saturación de satélites comerciales extendió el dominio de la confrontación entre las grandes potencias a un ámbito más amplio, más fluido y más difícil de controlar, donde circulan unos 13.000 satélites activos, según el último “censo”, realizado por la plataforma Synapse de la empresa francesa Look Up. Ese vasto terreno de operaciones reúne la mayor concentración de poder letal acumulada por la humanidad en toda su historia. Además de los satélites de comunicaciones, científicos, militares, de posicionamiento (GPS) y meteorológicos, la reciente llegada de aviones espaciales robóticos promovió un aumento de tensiones. Se trata de miniversiones del transbordador espacial. Concebidos para realizar misiones largas, entregar y recoger cargas útiles, cambiar de órbita y regresar a la Tierra para reabastecerse de combustible, esos aparatos son –en realidad– armas de doble empleo que disimulan un alto potencial militar. “El espacio se ha convertido en nuestro dominio bélico más importante”, reconoce el almirante Christopher Grady, exvicepresidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos.

A medida que se multiplican los incidentes con aviones o barcos en los puntos más sensibles del planeta, el espacio también registra actos hostiles y movimientos sospechosos. Como en el cielo y en la tierra, los rusos son los que despliegan la mayor actividad. La escalada impulsada por el Kremlin comenzó en 2017 con el satélite espía Louch-Olymp, que durante días persiguió en el espacio al artefacto francoitaliano Athena-Fidus, que canalizaba las comunicaciones militares encriptadas de sus fuerzas armadas. Rusia también desplegó varios artefactos de la serie Kosmos, considerados “satélites asesinos”, asegura Patricia Lewis, experta del think tank británico Chatham House. Las agencias de inteligencia de Estados Unidos denuncian que sus satélites son regularmente “alumbrados (apuntados), interferidos y sondeados a larga distancia”.

China, a su vez, desplegó láseres terrestres y misiles ASAT “con la intención de interrumpir, dañar y destruir satélites”. La última pesadilla es el desarrollo de armas orbitales. China –que posee la segunda flota más importante de satélites y prepara una misión colonizadora a la Luna– habla en sus documentos de la importancia de “ataques espaciales sorpresivos, rápidos, de escala limitada y gran alcance” como operación disuasiva o para forzar una rápida capitulación temprana. En plena guerra de Gaza, en octubre de 2023 se produjo un episodio que puso en evidencia los riesgos del futuro: gracias a su sistema de defensa anti-misiles Arrow-2, Israel interceptó un proyectil balístico iraní disparado por los rebeldes hutíes. El impacto se produjo en el momento que el misil estaba a punto de reingresar a la atmósfera. Ese duelo quedará probablemente registrado como el primer combate espacial de la historia.

“Las agresiones en órbita forman parte del menú cotidiano”, confirma el ingeniero Nicolas Moulin-Fournier, director de productos y servicios de Look Up. En febrero pasado, Moscú realizó una clara demostración de fuerza con el lanzamiento de tres satélites que simularon ataques recíprocos hasta que, en una maniobra denominada “muñeca rusa”, uno de ellos liberó un tercer satélite que se incorporó a esa danza guerrera. Hace pocos días, Rusia repitió el mismo ceremonial con el lanzamiento de la última “muñeca rusa”, transportada por el Cosmos 2570. A juicio del Comando Estratégico de Estados Unidos (Stratcom) y del Comando del Espacio francés, ese comportamiento sugiere la proyección de un “vehículo destructor”, concebido para eliminar satélites.

El tratado de 1967 prohíbe toda forma de militarización del espacio, pero nunca pudo lograr un apaciguamiento y las grandes potencias se preparan para un posible incidente crítico. Interesados en demostrar su potencial, Estados Unidos y Francia realizaron recientemente un ejercicio de encuentro y proximidad (RPO) a la vista de un aparato “hostil” para que pueda “tomar debida nota”, confesó una alta fuente del Stratcom. La operación consistió en acercar un satélite a otro artefacto espacial para inspeccionarlo o manipularlo. Ese gesto elocuente constituyó una clara advertencia a Moscú después de haber detectado que el célebre espía Luch-Olymp –actor del episodio de espionaje de 2017– había vuelto milagrosamente a la vida después de dos años de inactividad para hostigar al israelí Amos-4 y al norteamericano Intelsat-17. El objetivo era, al parecer, captar las señales de mando de ambos aparatos para aprender a falsificarlos y poder controlarlos. Poco después, un Cosmos 2588 ruso hostilizó a un satélite norteamericano y, en junio pasado, el poderoso cohete Angara A5 realizó su primer vuelo para colocar el satélite Cosmos 2589 en una órbita optimizada que le permite controlar una serie de artefactos occidentales sensibles.

El monitoreo de la actividad espacial demuestra que Estados Unidos, China e India poseen y experimentaron misiles antisatélites (ASAT) que se operan desde la tierra, como el proyectil Nudol ruso. Además, denuncian una acelerada proliferación de armas terrestres de “energía dirigida”: láseres, microondas de alta potencia e inhibidores de radiofrecuencia. El temor es que sean utilizadas en “operaciones de encuentro y proximidad”. Pero la mayor preocupación es el riesgo de una explosión nuclear en el espacio. Existen fundadas sospechas de que varios países enviaron satélites con armas atómicas a bordo.

Esto demuestra que el espacio dejó de ser un lugar de exploración pacífica para convertirse en un escenario clave de la guerra del futuro. El control del ámbito extra atmosférico es tan importante como el dominio de la tierra, el mar y el aire. Primero, porque la tecnología espacial mejora la eficiencia de las fuerzas militares en su conjunto. Pero, sobre todo, porque “perder la supremacía en el espacio implica el riesgo de perder las guerras del futuro en la Tierra”, explicó el general Stephen Whiting, hablando en la sede del Comando Espacial de EE. UU. en Colorado Springs. Por lo menos desde 2001, los estrategas norteamericanos advierten sobre el riesgo de “un Pearl Harbor espacial”, una denuncia empleada por Donald Trump para crear una fuerza especial separada de las otras ramas militares en 2019. El espacio es un ámbito “cada vez más congestionado, disputado, competitivo y especializado”, afirma la doctrina espacial militar del Estado Mayor Conjunto, publicada en 2024 por el Pentágono. Su valor estratégico, que aumenta a ritmo febril cada año, revolucionó los criterios geopolíticos dominantes y demostró que es uno de los principales terrenos donde se está definiendo el nuevo orden internacional. Por eso, los expertos sospechan incluso que el primer disparo de la próxima guerra mundial se producirá en el espacio.

*Especialista en inteligencia económica y periodista