República Argentina: 9:16:16am

Fue el dueño de la pizzería quien, ayudándose en los carteles de “buscados” publicados en los diarios, comprobó que uno de los tres jóvenes que ocupaban una mesa junto a la ventana era Fernando Abal Medina, y llamó a la policía. Los otros dos eran Sabino Navarro y Luis Rodeiro. El local se llamaba La Rueda, estaba en Potosí y Villegas, a una cuadra de la estación William Morris del ferrocarril San Martín y todos pertenecían a una organización terrorista que estaba en boca de todos, Montoneros.

Los tres no estaban solos. Afuera, en un Peugeot 504 esperaba Carlos Ramus y en un Fiat 1500, Carlos Capuano Martínez. Eran las ocho de la noche del 7 de septiembre de 1970 y el local estaba casi vacío. Cuando vieron llegar a cuatro policías de la bonaerense se inquietaron, pero Abal Medina los tranquilizó. Dos fueron a pedirles documentos y Abal les mostró una chapa policial y los uniformados asintieron y dieron media vuelta.

Gobernaba el país el general Juan Carlos Onganía. Estaba jaqueado por la situación económica y social y por el impacto que había tenido el Cordobazo

Pero en ese momento Ramus, alarmado por la presencia policial, se había bajado del vehículo con una pistola y una granada, que le explotó en la mano y lo mató, y fue cuando se desató el tiroteo.

Los policías buscaron refugio en una obra en construcción y desde ahí disparaban hacia la pizzería. Abal y Navarro quisieron salir. El primero fue abatido de un tiro en el pecho y Navarro consiguió escabullirse por una casa vecina. Capuano Martínez, en la confusión, también escapó y Rodeiro quedó detenido.

Es que los que se habían reunido en esa pizzería eran intensamente buscados por el secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu.

Parece ser que la fecha para cometer el hecho había sido elegida al azar. Justo el 29 de mayo de 1970 era el día del Ejército y se cumplía un año del Cordobazo, una multitudinaria protesta de obreros y estudiantes contra la dictadura del general Onganía.

La novel organización terrorista Montoneros se propuso llevar adelante lo que llamaron “Operación Pindapoy”: secuestrarían al general Aramburu, una figura para ellos emblemática que cumplía, con creces, las condiciones de enemigo número 1: fue uno de los responsables del derrocamiento de Perón en 1955, fue el que proscribió el peronismo, el que ordenó los fusilamientos de jefes militares y de militantes peronistas en junio de 1956 y el que ocultó el cadáver embalsamado de Eva Perón. Con su asesinato, se desbarataría un supuesto plan del propio Aramburu de derrocar al actual presidente de facto Onganía y formar un gobierno con determinados sectores peronistas, sostenían los terroristas.

El general retirado era un cordobés nacido en Río Cuarto el 21 de mayo de 1903. Había pasado a retiro en septiembre de 1958, cuatro meses después de haber entregado el gobierno. Luego de un breve período del general Eduardo Lonardi, con el almirante Rojas tomaron las riendas del poder a fines de 1955 y la autodenominada Revolución Libertadora se endureció respecto al peronismo. En 1962 lo sucedió Arturo Frondizi, y por 1962 quiso incursionar en política con su partido Unión del Pueblo Argentino.

El operativo del secuestro comenzó a planearse a comienzos de 1970. “Era un viejo sueño nuestro”, confesaron Mario Firmenich y Norma Arrostito, y señalaron que habían comenzado a hablarlo en 1969. Planeaban el asesinato del militar como una carta de presentación de Montoneros. Entonces eran solo una docena de personas, y muy jóvenes: Abal Medina tenía 23 años; Ramus y Firmenich 22, Capuano Martínez 21. El grupo además lo componían Norma Arrostito, de 30; Emilio Maza, 27; Carlos Maguid; 28, Ignacio Vélez y otras dos personas no identificadas. Venían del nacionalismo, de la juventud católica y de la Guardia Restauradora Nacionalista.

La operación

Como Aramburu vivía en el octavo “A” de Montevideo 1053 frente al colegio Champagnat, asistían a su sala de lectura, simulaban leer y vigilaban los movimientos del edificio. Con el correr de los días tomaron nota de que el militar, a quien vieron en contadas ocasiones, no se apegaba a una rutina. Descartaron secuestrarlo en la vía pública. Lo harían dentro de su domicilio.

En la sastrería militar Isola de Avenida de Mayo, compraron uniformes, insignias y hasta un militar donó el suyo, aun sin saber para qué lo usarían.

Habían conseguido los vehículos necesarios. Una Renoleta que dejaron en Figueroa Alcorta y Pampa; un Ford Falcon taxi con una pick up cerca de Aeroparque y un par de autos más. Habían alquilado una casa operativa en Villa Urquiza.

Alrededor de las 9 de la mañana del viernes 29 de mayo, estacionaron en el garage del colegio Champagnat el Peugeot 504 que manejaba Capuano, Vélez como acompañante y detrás Fernando Abal Medina, con el uniforme de teniente primero y Maza, simulando ser capitán. Todos con pelo corto, vestidos de militares menos Vélez, con sobretodo.

La cuadra era un verdadero caos por los camiones de la municipalidad que retiraban la tierra de los pozos que una cuadrilla de obreros había cavado.

Fueron Maza y Abal Medina quienes subieron al octavo piso. Vélez se quedó en el séptimo con la puerta abierta del ascensor, por las dudas. Una camioneta, manejada por Ramus, se mantenía cerca y un Firmenich vestido de policía parecía permitirle estacionar donde lo había hecho.

Esa mañana temprano, Aramburu estuvo hablando en su departamento con su hija Sarita, recién llegada de un viaje a Francia. Estaban también sus nietos y su yerno el diplomático Werner Burghardt.

Maza y Abal Medina tocaron timbre. Abrió la puerta Sara Herrera, la esposa del militar. Se habían conocido cuando Aramburu fue destinado a Santiago del Estero, donde ella había nacido, y se habían casado el 18 de febrero de 1933. Ella era maestra, aunque nunca ejerció. Tuvieron dos hijos, Sara y Eugenio.

Lo primero que la mujer les dijo que, si no tenían cita previa, su esposo no los recibiría. Ellos respondieron que venían de parte del Comando en Jefe del Ejército, para custodiarlo en el viaje al acto del 160 aniversario de la creación del Ejército. Aramburu, al enterarse, accedió y le pidió a la esposa que les convidase café.

 

Luego de dejarlo servido, la mujer se excusó y salió a hacer compras, la hija saludó y también dejó el departamento. Aramburu apareció sonriente, tomó su café y le pareció bien que se ofrecieran a acompañarlo.

Mientras iban hacia el vehículo, le advirtieron: “Mi general, va a tener que acompañarnos”. Subieron todos al Peugeot y de ahí a la Facultad de Derecho, donde se lo trasbordó a la Renoleta.

Secuestrado

Mientras un grupo tomó rumbo a Rosario y en un par de baños dejaron sendos comunicados del secuestro, el vehículo en el que iba Aramburu se dirigió al interior de la provincia de Buenos Aires. Iban a la estancia La Celma, propiedad de la familia Ramus, en la localidad de Timote, en el partido de Carlos Tejedor, a unos 480 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.

La esposa de Aramburu regresó casi una hora después. Le llamó la atención que las tazas de los visitantes estaban intactas. Tuvo un feo presentimiento. No encontró ningún mensaje de su esposo, tal como acostumbraba y comprobó que el teléfono no tenía tono. Bajó al séptimo piso, al departamento de los Agustoni, para poner en alerta a los más allegados. Llamó al general Bernardino Labayru, advirtiéndole que su esposo había desaparecido y que ella temía una desgracia.

Escena del entierro de Aramburu en la Recoleta. En primer plano el general Lanusse, comandante en jefe del Ejército

Labayru llamó a algunos amigos quienes, rápidamente, hablaron con testigos. Dos mujeres relataron haberlo visto a Aramburu llevado por los brazos, casi en vilo, por dos militares jóvenes. Avisaron al jefe de la policía y a Inteligencia del Estado.

Sus amigos se extrañaron cuando por la noche el ministro del interior Francisco Imaz aclaró que no había ninguna orden de detención del general y que los caminos no habían sido cerrados, y los medios nada informaban. Solo arriesgó la quinta edición de La Razón, titulando que Aramburu era protagonista de un extraño episodio.

El general Alejandro Lanusse, comandante en jefe del Ejército, demoró tres días en atender a la esposa, cuando ya se conocía el comunicado N° 1 de Montoneros. “Hoy, 29 de mayo, a las 9.30 horas, nuestro comando procedió a la detención de Pedro Eugenio Aramburu, en cumplimiento de una orden emanada de nuestra conducción, a los fines de someterlo a juicio revolucionario. Sobre Pedro Eugenio Aramburu pesan 108 cargos de traidor a la patria y al pueblo y de asesino de 27 argentinos. Oportunamente se darán a conocer las alternativas del juicio y la sentencia dictada”.

Otro comunicado, fechado el 31 de mayo, informaba que había sido encontrado culpable, que sería ejecutado, su cuerpo sepultado y devuelto cuando apareciese el cadáver de Evita.

Alojaron a Aramburu en una habitación del casco de la estancia. Durante los tres días en que lo mantuvieron cautivo, sus captores lo sometieron a dos “juicios revolucionarios”: uno por los fusilamientos de militares y militantes peronistas en 1956 y otro por la desaparición de los restos de Eva Perón.

En la madrugada del 2 de junio, le comunicaron la inevitable sentencia: era condenado a muerte. Con el tiempo Firmenich relató que Aramburu les advirtió que su muerte solo traería más derramamiento de sangre. Los montoneros, inconmovibles, le sujetaron las manos a su espalda y él pidió que le atasen los cordones de los zapatos.

Mientras lo llevaban por un pasillo hacia la escalera que terminaba en el sótano, pidió para afeitarse y un confesor. Les negaron ambas, porque no disponían de utensillos y las rutas estaban controladas para arriesgarse a llamar a un cura.

Preguntó qué harían con su cadáver y qué pasaría con su familia. Le respondieron que no tenían nada contra ella. Cuando notó que debía bajar la escalera, supo que lo matarían en el sótano.

Uno de los secuestradores debió adelantarse para fijar la precaria escalera. El lugar era muy chico, de cuatro metros por tres y unos dos de alto, y se debía usar pistola. Le pusieron un pañuelo en la boca y Abal Medina fue el que decidió ejecutarlo. A Firmenich lo mandaron afuera de la casa para que golpease una morsa con una llave inglesa para disimular los disparos.

“General, vamos a proceder”, avisaron. “Proceda”. Primero fue un tiro al pecho y luego tres tiros de gracia, dos con la misma arma, una 9 milímetros y otro con una pistola 11,25. Mientras cavaban el pozo para enterrarlo, cubrieron el cuerpo con una manta.

El último comunicado: “Al Pueblo de la Nación: La Conducción de Montoneros comunica que hoy (1 de junio) a las 7,00 horas, fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu. Que Dios Nuestro Señor se apiade de su alma. ¡Perón o muerte! ¡Viva la Patria! Montoneros”.

El hallazgo

Una guardia periodística se mantenía en la puerta del edificio de la calle Montevideo mientras se realizaban allanamientos que no conducían a ningún lado, hasta que el 11 de junio los secuestradores hicieron llegar a la familia sus efectos personales.

El 15 de julio se recibió una información que en Timote habría pistas del secuestro y que podrían estar escondidos miembros de Montoneros.

Es que las fotografías de Firmenich y Ramus ya estaban circulando, en allanamientos en Córdoba habían hallado documentación y saltó el dato de que ambos habían gestionado un crédito en un banco santafesino y que habían dado como dirección la estancia de Timote.

El casero de la estancia reconoció a Firmenich, admitiendo que lo había visto en varias oportunidades. La policía hizo llamar a dos vecinos, en calidad de testigos, y al fotógrafo del pueblo. Y comenzaron a inspeccionar el lugar.

Cuando dieron con el sótano, encontraron una caja llena de armas y, en una parte, el suelo estaba como removido. Excavaron y dieron con el cuerpo. Terminaban 49 días de incertidumbre y de esa esperanza que mantenía la familia de que aún estuviera vivo.

Mientras tanto el presidente de facto Onganía, desgastado por la crisis económica, las protestas gremiales y el surgimiento de grupos armados, había renunciado el 8 de junio y reemplazado por el general Roberto Levingston.

El gobierno -quien dispuso honras fúnebres correspondientes a un jefe de Estado fallecido en ejercicio del cargo- le pidió al padre Iñaki de Aspiazu, de estrecha relación con los Aramburu, que le diera la noticia a la familia. El 17 de julio al mediodía el presidente habló por cadena donde expresó que “la persecución de los culpables continuará hasta sus últimas consecuencias”.

Los restos fueron velados en la iglesia de las Esclavas del Sagrado Corazón, sobre la calle Montevideo, a tres cuadras del domicilio del muerto.

Hubo acusaciones cruzadas, sospechas de que en realidad todo había sido obra del gobierno porque sospechaban que Aramburu pretendía tomar el poder, o como le dijo Arturo Mor Roig, ministro del interior de Lanusse a la viuda de Aramburu, que avanzar en la investigación del hecho salpicaría a miembros del Ejército. Demasiados misterios.

Aramburu no descansaría en paz. El 15 de octubre de 1974 un comando montonero robó del cementerio de la Recoleta el ataúd con sus restos, advirtiendo que lo devolverían cuando el cuerpo de Eva Perón estuviera en el país. El cadáver de la segunda esposa de Perón estaba desde el 3 de septiembre de 1971 en Puerta de Hierro, España. Cuando el 17 de noviembre sus restos arribaron a la Argentina, al día siguiente se recuperó el ataúd robado por Montoneros.

Aramburu fue ejecutado por Montoneros.

Aramburu fue ejecutado por Montoneros. Sus restos serían robados cuatro años después por ellos para reclamar que el cuerpo de Eva Perón fuera traído al país

De los que participaron del secuestro y muerte, Firmenich e Ignacio Vélez son los únicos sobrevivientes. Firmenich fue apresado en 1984, condenado a 30 años por homicidio y secuestro, e indultado en diciembre de 1990. Vélez había sido apresado en La Calera, condenado a dos años y ocho meses en suspenso como partícipe de secuestro, y absuelto por el cargo de homicidio; Carlos Maguid fue condenado a 18 años por integrar una asociación ilícita y por ser cómplice de robo y homicidio. Amnistiado el 25 de mayo de 1973, desapareció en Lima, Perú, en 1977.

Emilio Maza murió el 8 de julio de 1970 por las heridas recibidas en La Calera y Carlos Capuano Martínez el 16 de agosto de 1972 en un tiroteo con la policía.

Con el asesinato de Aramburu comenzaba una espiral de violencia que marcaría a fuego la terrible y sangrienta década del setenta.

Fuentes: La Voluntad, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós 1966-1973; Aramburu, la biografía, de Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi; diarios Clarín y La Nación

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