República Argentina: 6:30:30pm

Por Claudio Chaves publicado en www.infobae.com

Reinterpretar El Eternauta bajo la lente de una militancia que no existía en 1957 distorsiona su sentido original y construye una narrativa que sirve más al mito político que a la verdad histórica

El domingo 7 de mayo en su sitio Cohete a la Luna el montonero Horacio Verbitsky realizó una corta referencia a El Eternauta, el objetivo no era la notable historieta, recientemente estrenada en Netflix, sino su autor, Héctor Oesterheld. Presumo que por ser compañeros de armas debieron conocerse cuando ambos ya eran terroristas. Verbistky no lo dice. Y yo lo desconozco.

Afirma, en la nota de marras, que la lluvia radiactiva que cae sobre Buenos Aires y los horrendos Cascarudos que atacan sin piedad en la historieta no debieran entenderse como una agresión extraterrestre, sino, que serían los efectos causados por la Revolución Libertadora contra el pueblo argentino. La idea, entonces, es que el Eternauta y sus amigos tendrían una clara identificación política imposible de explicitarse como libelo, (se escribió en 1957) por el clima represivo de la Revolución Libertadora, razón por la que Oesterheld, ya un preclaro militante de izquierda, habría optado por la magia de la ciencia ficción. ¡Un tremendo disparate!

Esta ruinosa afirmación de Verbistky no condice con las declaraciones realizadas por Elsa Oesterheld, su mujer, respecto de que a su marido no le interesaba la política al menos por los años que escribió El Eternauta.

Verbistky no deja de hacer daño, aun ahora, como cuando en sus años mozos hacía inteligencia para matar argentinos que almorzaban en el comedor de Coordinación Federal o para asesinar dirigentes gremiales como Rucci. Llenar el vacío político del Oesterheld de 1957, con el de 1970, ya montonero, es una trampa. Modificar la historia desde el futuro es una trampa. Darle orientación política a una obra literaria que no se lo propuso, es una trampa. Solo los tramposos ejecutan el mal. De manera que El Eternauta es una gran historieta de ciencia ficción sin la menor intencionalidad política. Fin.

Reveladoras palabras de Elsa, esposa de Oesterheld

“Mi marido jamás fue peronista, no entendí cómo fue que entró en Montoneros”. Esta luminosa frase de la viuda, dicha con absoluta inocencia en un reportaje, tiene dos destinatarios. Uno, Verbitsky, como ya hemos dicho: “Mi marido no era peronista”, en consecuencia, El Eternauta no representa lo que el periodista afirma en Cohete a la Luna. Y el otro destinatario que ya no hace a la historieta sino a la realidad de la tragedia vivida años después. Elsa no era socióloga ni le interesaba la política y en su asepsia reveló una vez más la realidad de la guerrilla y de aquellos años malditos. Oesterheld entró en Montoneros porque no era peronista, de haberlo sido jamás hubiera acompañado a psicópatas iluminados portadores de las luces de la revolución. Las huellas siempre se hallan si se sabe mirar.

Pero el objetivo de la presente nota no es Oesterheld, al fin y al cabo pagó muy caro su giro brutal al terrorismo. Su mujer se lo había advertido: “Vos tenés cincuenta y ocho años y sabés lo que hacés, te pido que protejas a las chicas” (sus hijas) No pudo o no quiso hacerlo. Una tragedia de dimensiones gigantescas.

Volviendo al anciano periodista en su nota retuerce: “Oesterheld tenía plena conciencia de lo que estaba creando como lo demuestra esta carta sobre la etiología de su obra. “El único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo”. Con buen criterio, el trailer de la serie eligió la frase “Nadie se salva solo”.

Y aquí está el nudo de la mentira, de la falacia, de la trampa si se quiere.

Si Oesterheld fue siempre peronista y con el pasar de los años, montonero, la idea central de Verbitsky es que El Eternauta representa al héroe montonero en grupo, nunca individual. Lo cual es un dislate. Una contradicción en sus términos. Yendo al punto, los montoneros, entre ellos él, no serían solitarios aventureros con fuertes ideas tanáticas, sino la síntesis de la voluntad popular. De modo que los crímenes y atentados realizados por las organizaciones guerrilleras debieran ser conceptuados como hechos ejecutados por héroes en grupo que enaltecen el crimen con la frase final: “Acá nadie se salva solo”.

“El pueblo aprendió que estaba solo, dice Verbitsky y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”. La soberbia de esta idea no tiene parangón en la historia argentina. El guerrillero sería la encarnación de la voluntad popular. Aclaro al lector, lo dice Cohete a la Luna, no Oesterheld.

Aniquilada la guerrilla hoy el combate continúa por otros medios. Hacer del Eternauta un Firmenich o un Verbitsky es la alocada propuesta que se lee en notas de la progresía.

Individualismo y guerrilla

El accionar de la guerrilla fue la expresión más cruda y miserable del individualismo, la vida desesperada de almas corroídas por la soberbia. La tradición religiosa (dicho sea de paso) en la que se formaron muchos terroristas montoneros afirma que el mal proviene del bien. En otras palabras, el demonio o los demonios son ángeles caídos. Dejaron de estar al lado de Dios. Mejor dicho fueron expulsados por haber pecado. ¿Cuál fue la transgresión de los ángeles caídos? El peor de los siete pecados capitales: la soberbia. La soberbia los convirtió en demonios.

Fedor Dostoievski ha escrito una novela extraordinaria sobre esta idea, Los Endemoniados. Un grupo de ácratas dispuestos a los peores crímenes y la sociedad que los contemplaba, nada hacía. La soberbia iluminista los condujo al crimen. La soberbia los transformó en demonios. El periodista Pablo Giussani vinculado a Montoneros fue claro en su libro La Soberbia Armada. La soberbia iluminista de la guerrilla los hizo demonios. Y nuevamente Elsa pone luz en esta tragedia cuando una de sus hijas la anoticia que abandonaba la militancia y se pondría a estudiar medicina: “Salté de alegría porque yo quería que salieran de ese infierno”.

Eso fue la guerrilla, un infierno de demonios auto percibidos héroes y una sociedad, que al contemplarlos, no fue lo suficientemente crítica del mal. No forma parte de esta nota pero en los años de la “juventud maravillosa” el pueblo se movió como tal, en grupo y con héroes anónimos, en los verdaderos hechos que pusieron fin a la dictadura de entonces: el Cordobazo, el Rosariazo, el Mendozazo y otras movilizaciones verdaderamente populares que dieron por tierra con la dictadura de Onganía. Esas movilizaciones trajeron orden y democracia. La guerrilla, muerte y destrucción. Verbitsky forma parte de esta última argentina. La maniobra artera de transformar a un hombre sencillo y solidario como el Eternauta en un Firmenich cualquiera es la inmundicia más repugnante en la que nos sumerge domingo a domingo el veterano montonero. En otra nota desarrollaré el tema: La Peor Generación Argentina. La Generación del 60.

 


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